Cuando era niña tenía la certeza de que en casa de mis abuelitos había una “olla mágica”. No dejaba de sorprenderme que siempre pudiera llegar un invitado “inesperado” que en realidad parecía estar “esperado”. La generosidad de mis abuelos permitía que la comida más que dividirse se pudiera multiplicar sin dejar nunca a un comensal “insatisfecho” porque el goce del haber compartido no sólo saciaba el apetito, sino que también llenaba el corazón.
Crecí con la idea de que la comida familiar es el centro de la vida en el hogar, del valor que significa compartir alrededor de la mesa sin importar muchas veces el “menú” del día. Recuerdo con ternura las “pizzas de atún” que mi mamá preparaba los días domingos en la época de racionamiento alimenticio que vivió mi país en los años 80. Por la habilidad culinaria de mi mamá, capaz de convertir lo más sencillo en algo delicioso, tengo la seguridad de que el recuerdo de que eran muy ricas es real, sin embargo, este mismo recuerdo seguramente está enriquecido con la sensación de amor, seguridad, compañía, que mis papás transmitían en la vida de familia.
En estos días leí un artículo que titulaba: “Comer juntos comienza a recetarse como parte de la terapia familiar”, en el que se describen las opiniones de distintos psicólogos y pediatras al respecto e incluso el lanzamiento de una campaña en EEUU cuyo lema es “The Kids Cook Monday” (los lunes cocinan los niños). Seguramente se han destinado muchos recursos para realizar investigaciones que concluyan en lo que el sentido común ha demostrado a lo largo de la historia: comer en familia es una gran instancia para compartir, querer, mirar, recordar.
La comida familiar significa una verdadera actividad de “sustentabilidad emocional” a cada miembro que comparte la vida en el hogar.
Vale la pena ilusionarse con ese momento del día en el que podemos transmitir tanto a nuestra familia, desde el cariño hasta el sentido del humor infaltable en un momento especial. Proponernos un detalle pequeño cada mes: incluir una receta distinta, armar un bonito arreglo de flores como centro de mesa del fin de semana, preocuparse de tener una linda historia que contar…pueden ser recursos que nos ayuden a revitalizar la comida familiar.