Este blog nace en las alturas. Acabamos de despegar desde Dresden, en el avión que nos llevará a Londres, al Congreso Internacional “Sustainable Living”.
Increíblemente, en las 24 horas que estuvimos en Alemania, pudimos ver en la práctica el resultado de uno de los objetivos clave de la “Home Renaissance Foundation”: cómo convertir una casa en un verdadero hogar. Visitamos una casa antigua restaurada con todos los implementos materiales de buen gusto que hoy se pueden conseguir en el mercado. Materialmente, podría decir que visité una casa de esas que salen en las revistas de decoración, con un gusto exquisito… Hasta aquí todo parece ser bastante simple. Implementar un espacio físico con artículos bonitos no es tan complicado, sobre todo si se tiene como don el buen gusto. Pero ¿qué hace que esta casa sea especial en comparación con la del lado o la de enfrente? La respuesta es sencilla: los que la habitan la han convertido en un verdadero hogar. Así de fácil, así de especial.
Me tomo unos minutos para seguir escribiendo, porque convertir una casa en un verdadero hogar engloba muchos aspectos, pero creo que sobre todo contempla pequeños detalles que se hacen grandes cuando se hacen con amor.
Así es, al volver a pensar en ello, me doy cuenta de qué hace que esta casa sea un hogar: los muchos detalles que se aprecian a cada paso. Si me estoy poniendo repetitiva y algo misteriosa, es porque es mejor detallarlos:
Unos tulipanes rojos que auguran la primavera en la primera mesa que se ve al ingresar, un orden que ilumina los espacios que empiezo a recorrer, un olor exquisito que me hace pensar que, después de tantas horas de viaje, tendremos una comida calentita y casera, las risas de unos niños que celebran nuestra llegada… Es decir, no estoy en mi hogar, pero me hacen sentir como si lo estuviera. Respiro un ambiente de cariño que me va quitando el cansancio tras 20 horas de viaje. Y sé que aún me esperan muchos detalles que iré descubriendo… y que me harán confirmar una vez más que no existe nada mejor que un hogar para ser feliz.
Han pasado unos minutos desde nuestra llegada, y cada uno de los miembros de la familia se dispone a realizar una tarea para que nuestra corta visita sea inolvidable. Agustín, de 12 años, y Daniel, de 14, ponen la mesa. Yo, que soy un poco detallista, los observo. Con total naturalidad, disponen cada utensilio como los mejores expertos en protocolo internacional. Mónica, la mamá, está en la cocina ultimando los detalles de lo que será nuestra cena familiar. Gabriel y Alejandra están pendientes de nosotras. Alfredo, el papá, ha dispuesto nuestras maletas en la habitación que será nuestra por un día. Todo vuelve a estar en perfecto orden.
Será una noche mágica: las velas del centro de mesa y la elegancia de la misma me hacen sentir que estoy mejor que en el Ritz de París. Con la sencillez de quienes saben y aprecian el verdadero sentido de hogar, nada es excesivo.
Hemos acabado de cenar, de conversar y reír, y ahora debemos descansar. Antes de retirarnos a nuestro dormitorio, observo cómo cada uno se preocupa por ordenar y organizar para el día siguiente. La casa vuelve a quedar en perfecta armonía. Veo a la mamá frente al refrigerador, y, ante mi curiosidad, me cuenta que cada noche organiza los encargos de cada uno para el día siguiente. Uno de los niños pasa a revisar qué le ha tocado y se retira con total naturalidad.
Me voy a dormir y me cuesta conciliar el sueño, repasando cada uno de los muchos detalles que me hacen reconfirmar que convertir una casa en un verdadero hogar es la más noble de las tareas.